Las catástrofes viales como la ocurrido en Tasajera, que desembocó en saqueo, deja muchas inquietudes al respecto. Enrique López habla al respecto.
En casi diez años de trabajo y activismo he recorrido una gran parte de este país llevando el mensaje de seguridad vial más allá de los límites de las grandes ciudades y elegantes despachos.
Un mensaje que invita al auditorio a cuestionarse sobre su comportamiento en la vía y en la sociedad en general, uno que no siempre ha sido recibido con empatía.
Una de las poblaciones que he tenido oportunidad de visitar fue muy nombrado estos últimos días por cuenta de tristes eventos: Tasajera.
En noviembre del año pasado estuve en el corregimiento de Tasajera, municipio de Pueblo Viejo, departamento del Magdalena, en razón de un proyecto que llevó a las comunidades de esa región talleres prácticos sobre seguridad vial para motociclistas, dentro de un escenario de pedagogía lúdica denominado magistralmente “Festival de la Seguridad Vial”.
Todo tipo de historias se han narrado sobre la tragedia de Tasajera, muchas con un marcado sentido político como es costumbre en Colombia, promovidas por “opinadores profesionales” que endilgaron culpas y responsabilidades a diestra y siniestra, colaborando con su audiencia construyendo juicios y sacando sus propias conclusiones.

En todas las historias que conocí, sin excepción, la causa de la tragedia terminó siendo la pobreza crónica de ese pueblo campesino que alguna vez en el pasado no tuvo una carretera que asfixiara la vida de su ciénaga, permitiéndole vivir de la pesca artesanal; en lugar de llevarlo sin alternativa a la necesidad extrema de pescar en el hirviente asfalto las sobras que los camiones dejan a su paso hacia el atlántico colombiano.
Aunque para más de uno, ignorantes de la realidad fuera de las ciudades, lo que buscaban en la cisterna quienes fallecieron junto al chasis humeante del camión luego del infernal fogonazo fuera un “botín”, la realidad es que solo buscaban la pesca del día en una faena que les resultó mortal.
Lo que vino después fue incomprensible
Día tras día luego de la tragedia en Tasajera los medios y redes sociales reportaron incidentes similares por todo el país, centrando la noticia en el comportamiento de los lugareños ante cada volcamiento. Unas veces los llamaron “saqueadores”, como en Arroyo de Piedra (Bolívar) el nueve de julio siguiente con un camión cargado de pescado, otras veces en cambio fueron “guardianes”, como sucedió en Cúcuta el día siguiente con un camión cargado de papas.
Increíblemente, para nadie parecía relevante pensar algo que, creo con convicción, es lo sustancial en toda esta problemática: ¿Acaso es normal que tanto camión se siniestre diariamente en las vías colombianas?
Para ahondar sobre los volcamientos contacté a otros afiebrados por la seguridad vial como yo, personas conocedoras de la cadena logística terrestre, expertos técnicos del sector transporte nacional y también varias autoridades de tránsito a quienes propuse mi cuestionamiento.
Una de las conclusiones, la más importante, fue devastadora: la ocurrencia de este tipo de incidentes viales, como el volcamiento en Tasajera es una contingencia permanente y para nada excepcional en nuestro país.
También es importante decir que la otra conclusión obtenida es que muchos generadores de carga, sobre todo los grandes que tienen sus propias filiales de transporte, han asumido por voluntad propia y sin que las autoridades de seguridad vial los hayan obligado, numerosos y valiosos esfuerzos adoptando serios programas de gestión de seguridad vial para su flota y en algunos casos para gran parte de la flota tercerizada, que en muchos casos corresponde a más de tres cuartas partes del total de vehículos con que movilizan sus bienes.
Los tractocamiones se voltean en razón a múltiples causas, las más frecuentes parecen ser exceso de velocidad, fatiga del conductor y el estado de la infraestructura vial.
Las dos primeras son, en el mundo hiper-tecnológico de hoy, imperdonables ante la existencia de sistemas GPS en casi todo vehículo de reciente generación y el marginal costo del monitoreo satelital, subutilizado de manera generalizada para vigilar la seguridad de la carga y no del ecosistema de la seguridad vial.

Sobre la infraestructura la situación es muy diferente; en Colombia aún hay vías en donde la capa asfáltica no se dejó hasta una distancia segura entre la línea de demarcación lateral de carril y el final de la berma.
Cuando un eje del vehículo se desliza por ese mortal desnivel, el conductor tiene muy poco chance de mantener el tráiler controlado, en otras palabras las mulas se resbalan hacia el volcamiento por el escalón entre la capa de pavimento y el suelo.
Otra carencia grave es la señalización retroreflectiva en todos los kilómetros de la malla vial nacional, que en combinación con un conductor fatigado o temerario, deja mucha carga regada en la carretera.
Como sociedad civil tenemos una obligación con las víctimas de Tasajera, impedir que su tragedia deje de ser el tema de moda para que la seguridad vial en el transporte terrestre de carga y ojalá también en el de pasajeros, se incruste en la agenda permanente de los grupos de decisión más importante del Estado, como variable de imprescindible priorización.
Colombia no puede, ni debe, continuar en la senda de un modelo de gestión de seguridad vial concentrado en reducir exclusivamente el número de muertes como consecuencia de un accidente de tránsito, sin incluir en la ecuación pública la variable derivada del número de incidentes y su severidad.
Muchas de las acciones de prevención y control adoptadas por los generadores de carga como buena práctica, deben ser reglamentadas para su obligatoria implementación en toda la cadena de abastecimiento, estableciendo como estándar en el transporte al menos el uso de sistemas de georeferenciación y monitoreo de flota que limiten velocidad del vehículo, reporten puntos o tramos peligrosos e identifiquen comportamientos riesgosos en ruta.
La de Tasajera no será la última tragedia, está en nosotros hacer que sus efectos se visualicen y sirvan para promover medidas de seguridad vial imprescindibles, en un país que se mueve cada vez más por tierra.
Por: Enrique López Pinilla